Riega todas las tardes de domingo las melodías de los amores que florecen en el verano y pasean por el parque sus promesas estivales.
Así es como los amantes ven perdurar su plácida y frágil ensoñación del amor idílico mientras él alimenta su blues cansino con un par de monedas lanzadas al vuelo.
Un acuerdo tácito, el convenio perfecto.
Él solo con su música, el sol y la paciencia, todo el tiempo del mundo y algunos paseantes en minutos perdidos. ¿A qué más? El futuro se esconde al fondo de la imagen. Pues vale. C.
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