martes, 29 de junio de 2010

Gitana


En lo que tarda un parpadeo en cruzar el café cantante de lao a lao, pisa cuatro versos octosílabos de una taconeá, y envenena a Francisco “el seco”, al otro lado del colmao.

Entre falseta y falseta, un desplante y tacatá, se vuelve, tacatá...

Frunce el ceño, con los ojos encendidos, tacatá...

Entre cantiñas y melismas...

Tacatá, ¡tá y tá!.

Colección de ademanes furiosos, arriba y abajo, y se para, y despacio...

Los floreos de la guitarra. Ella los reparte a raudales, entre el público que jalea, encrespando las falanges de sus dedos arrugados.

Un lamento grave, ronco y rajado le pellizca el alma, la encandila y guía sus vueltas, sus idas, sus venidas, su contorsionismo improvisado: “El seco”, su debilidad pervertida por el cante, es tan gitano como ella.


miércoles, 23 de junio de 2010

El pacto

Riega todas las tardes de domingo las melodías de los amores que florecen en el verano y pasean por el parque sus promesas estivales.


Así es como los amantes ven perdurar su plácida y frágil ensoñación del amor idílico mientras él alimenta su blues cansino con un par de monedas lanzadas al vuelo.


Un acuerdo tácito, el convenio perfecto.

sábado, 19 de junio de 2010

Durmiente



Te encontré entre sábanas de algodón.
tan indefenso,
tan incosciente,
que tenías todas las verdades recónditas
huídas entre los pliegues de tu letargo blanco y ajeno.

viernes, 18 de junio de 2010

jueves, 17 de junio de 2010

La Palma

Las palmeras nunca dicen nada.
Son, de los árboles, como esas cartas blancas sin dibujo, esas que valen para todo.
El prototipo de árbol que dibujan los niños en todas las guarderías, que algunas veces reflejan la luz y envían, a lo lejos, un espectro de colores prestados.
Pero no es mérito suyo, porque son árboles que callan y que son y están. Testigos en los parques donde los niños juegan, como esas cartas blancas sobre el tapete verde.


martes, 15 de junio de 2010

Bar de alterne

Calló,calló después de buscar esa palabra al umbral de un vaso de cerveza, repasada la orilla con un carmín de rojo piruleta, goloso.

Calló y otorgó, concedió la palabra a la misma música que le había traído hasta allí: Bob Dylan, un loco perenne y “the answer , my friend, is blowing in the wind, the answer is blowing in the wind” y “the wind” era la atmósfera caliente del bar de turno, o el bar de abajo, o del de la esquina.

Quemaba la niebla de nicotina y alquitrán, abrasaba el Jameson en su garganta y ardía ella en deseos de plantarse allí y pedirle que la llevase a su casa, que no tenía adónde ir, ni con quién ir, lo cual era peor en ese caso, en esas circunstancias tan nocturnas, tan ebrias, tan absurdamente premeditadas. No, no se mezclaría con esa clase de chusma, no al menos esa noche: tenía que darle de comer al gato, y una charla pendiente con la alcachofa de la ducha. Se estiró la falda, sin ninguna delicadeza, apuró el último trago, que era ya hielo con algunos grados, y se fue, rasgando la humareda en aspavientos de mujer fatal, con la música a otra parte.