Siete japonesas bebían té verde tostado. El Oshiruko todavía humeaba. Los Dagashi poblaban la mesita de vivos colores. Los murales de bambú, los tapetes de samuráis, geishas con sombrilla, maikos y colibrís sobre cerezos en flor.
Un cuaderno de tapas verde esmeralda viejo y roído, con ese color sanguina con el que el tiempo lame las hojas de los libros importantes y que antaño atesoraba carruajes en sepia, sombreros de copa y lores con volutas blancas y aristocráticas, se abrió por la página seis.
Benjamin, posó su taza en la mesita de marfil y lo tomó enternecido, entre sus manos. Entonces las siete japonesas fueron de pronto los siete cisnes blancos del estanque de Holland park y el té en casa del señor Sugawara fue el té de las cuatro con scones y frutas confitadas en casa de la tía Harriet.
De nuevo el tiempo, se la había vuelto a jugar. Como un sátiro despiadado, con su pátina naranja, lamedora de hojas antiguas, había logrado tintar también su presente, esta vez con los colores amables de su niñez perdida.
música: "Ice dance". Danny Elfman.
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