domingo, 14 de marzo de 2010

El asesinato de Marat



Aquella noche, la taza de café se enfriaba sin remedio en la cocina. La loza de vidrio verde albergaba en su seno aquel líquido marrón quieto, estático, frío.

Se miró al espejo, como un acto involuntario, porque lo hacía continuamente, casi sin darse cuenta. Se miró al espejo y se puso la bata roja, llena de bolitas. Veintiséis, pensó. Veintiséis y qué. Encendió la luz de la cocina, que centelleaba a cada poco y emitía un zumbido sordo. Ató sus rizos en un moño alto, le molestaban al comer. Una fina capa de nata flotaba en aquel café helado, y junto a la taza, una madalena desecha en migajas y una barrita de muesli. ¿Qué es lo que me ha traído hasta aquí?, hasta esta casa, hasta este momento. Instantes, son los instantes los que me han traído hasta aquí. Una mosca gris se posó en el plato de loza de vidrio verde que sujetaba la taza de café en aquel bodegón perdido. Le dio un sorbo al café con la mirada perdida en el vuelo de aquel insecto. Ya no había calefacción y sin embargo el ambiente era asfixiante, el olor a fritura atrapaba sin piedad, las sartenes salpicadas con salsa de tomate, un tenedor manchado de huevo, restos de espaguetis en el desagüe. Se frotó los ojos que le escocían del sueño y arrastró sin querer con los dedos todo el maquillaje. Se había duchado hacía una hora y se sentía más sucia que nunca. Pensó en volverse a la cama. La mosca zumbaba insistentemente a su alrededor como un satélite podrido. Iba y volvía con aleteos nauseabundos. Empuñó un trapo sucio de la meseta pero lo volvió a posar. Ella no mataría ni a una mosca. Tiene gracia. Encendió un cigarrillo y a la mitad lo apagó en el café.

Se miró al espejo, esta vez para limpiarse la sangre. Las baldosas teñidas de rojo le irritaban. Apagó la luz y se acostó con el zumbido de la culpa devorándole los tímpanos: muerte.

3 comentarios:

  1. ¿Qué encierras, di, en esa intensidad de la mirada? Inteligencia, poder, conocimiento. La aguja del ojo en el centro de la fotografía, perturbadora, casi llega a arañar al que se atreva a traspasar el secreto que guardas. ¡Vaya desasosiego! C.

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  2. Te has escondido en esos ojos, Charlotte, y desafías a todo aquel que ose traspasar esa penumbra. ¿O eres manoliño trasmutado? Preciosa foto, Nofridge. C.M.

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